23 de noviembre de 2010

Fernandez Baraibar


La Guerra de Malvinas reinició
una nueva visión integradora

Julio Fernández Baraibar (*)



Es verdaderamente un honor para mí el poder participar en estas jornadas en las que, creo que por primera vez en Argentina, la causa de Malvinas, la causa nacional y latinoamericana de Malvinas, entra a la Academia, que se caracterizó en los últimos cien años por su gran aislamiento y una enorme incomprensión sobre los problemas profundos y estratégicos de la Argentina.
Es realmente importante que esta causa tome estado académico y que políticos, intelectuales, escritores, diplomáticos y profesores universitarios compartamos con los alumnos para analizar la trascendencia que tuvo la Guerra de Malvinas, las jornadas de Malvinas y lo que ello significó para los años que vinieron luego de 1982.
América Latina, como han dicho quienes me han antecedido, no era la América Latina que hoy estamos viviendo. El mundo de 1982 era un mundo cruzado, a lo largo y a lo ancho, por la tensión generada por lo que se llamó la Guerra Fría: el enfrentamiento político-militar no cruento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como se sabe, era incruento en cuanto a las dos grandes potencias, pero tenía manifestaciones militares y cruentas en el mundo periférico, es decir, en el mundo que no estaba integrado ni por Estados Unidos, la Unión Soviética o Europa.
América Latina estaba dominada, entonces, por dictaduras militares o por gobiernos que tenían un grado de relación, sobre todo económico, muy importante con Estados Unidos. Argentina estaba gobernada por los militares que habían dado el golpe de Estado en 1976. Uruguay estaba bajo una dictadura militar que había comenzado antes de 1976 y terminaría varios años después que la nuestra. La Guerra de Malvinas fue, como bien ha dicho Rodríguez Gelfenstein, una especie de rayo en una noche serena:  inesperadamente, un militar del Sur, de voz ronca y altanera, hasta ese momento aliado estratégico de Estados Unidos en la lucha “contra el comunismo”, enfrentaba bélicamente a una de las grandes potencias militares y navales del mundo.
Esto sorprendió de una manera impactante. Era algo que no se esperaba, que no entraba dentro de las previsiones y las posibilidades, puesto que, como he dicho, ese gobierno estaba sumamente comprometido con las políticas imperialistas, militares y agresivas que Estados Unidos llevaba adelante en América Latina, sobre todo en América Central.
De modo tal que la idea de que ese gobierno enfrentase –por lo que algunos llamaban “unos peñascos pelados sobre el Atlántico Sur” – al principal socio militar y económico de Estados Unidos, no entraba dentro de ninguna profecía. Y, sinceramente, lo que caracteriza a nuestros países es nuestra inesperabilidad. Si en algún momento los latinoamericanos hemos avanzado, hemos logrado espacios, es cuando hemos sido inesperados. Cuando nos esperan, nos ganan.
La reconquista militar de Malvinas recorrió América Latina. Los argentinos vivimos años bajo gobiernos para los cuales el principal enemigo militar eran Chile o Brasil. Brasil vivía bajo una dictadura militar para la cual el principal y posible enemigo militar era la Argentina. Acabábamos de evitar, en el límite mismo de la conflagración, una guerra con Chile, guerra que, como dijo el general Jorge Leal, nuestro héroe antártico, hubiéramos perdido, simultáneamente, los argentinos y los chilenos. En esa guerra entre Argentina y Chile no ganábamos ninguno de nosotros, sino los intereses imperiales que iban a profundizar la balcanización del Cono Sur. Y, repentinamente, nos encontramos los argentinos y los latinoamericanos que un nuevo fervor de Patria Grande recorría el continente. Desde todas las capitales de América Latina surgieron voces políticas, intelectuales, religiosas y hasta militares que apoyaban, sostenían y defendían la causa de Malvinas.
No voy a repetir el papel jugado por Perú y el presidente Belaúnde, que nos acaba de recordar la ponencia de Juan Raúl Ferreira. Ese papel es algo que estuvo presente en el viaje último de la presidenta Cristina Fernández a Perú y en su encuentro con el presidente Alan García. Como ustedes saben, Argentina, gobernada por un hombre que, no tengan dudas ustedes, amaba mucho más el oro que el bronce –me  refiero a Carlos Menem– traicionó y pagó con ingratitud la lealtad y la solidaridad desplegada por Perú en la guerra de 1982. Nuestra presidenta tuvo que ir a pedir disculpas: “Señor presidente del Perú, pueblo del Perú, Argentina les pide disculpas porque traicionamos la confianza y la solidaridad que ustedes nos brindaron en uno de los momentos más críticos y siniestros de nuestra historia”.
La Guerra de Malvinas reinició una nueva visión integradora. Pero no sólo en América Latina, en general, porque es fácil hablar de Venezuela, Perú o países que uno conoce muy poco, sino que ocurrió en el seno de los argentinos de todos los sectores sociales.
De golpe, de la noche a la mañana, los argentinos, esos europeos implantados, como nos ven muchos amigos latinoamericanos, esos blanquitos de allá abajo que se creen que viven en París, nos dimos cuenta que lo único que teníamos para sostener nuestra causa patriótica eran los oscuros morenos de todo el continente que, con una sola voz, salieron a defender nuestra causa.
Y en esas jornadas los argentinos nos volvimos latinoamericanos, abandonamos nuestros aires de europeos exiliados, dejamos de pensar que solamente veníamos de los barcos y descubrimos que también veníamos de la cruza de indios y españoles y de esa forja de miles de razas que constituyó al ser nacional argentino.
Esa guerra no había sido decidida por los argentinos, sino por un grupo de militares usurpadores que, sólo dos días atrás, habían apaleado a decenas de miles de manifestantes en la Plaza de Mayo. Sin embargo, cuando quedó claro quién era el enemigo y con quién se estaba peleando, esos mismos argentinos apaleados concurrieron a la Plaza de Mayo a sostener la causa que se libraba en Malvinas, con la convicción de que era una causa justa y que el deber de ciudadanos era cerrar filas para lograr el triunfo de nuestras armas.
Esa guerra y ese espíritu latinoamericano que brotó como un reguero de pólvora en toda América Latina tuvo una consecuencia inmediata.
La llamábamos, entonces, la bomba neutrónica para usar en Malvinas, y era la deuda externa. Inmediatamente, como consecuencia de la guerra, las cancillerías de los países latinoamericanos comienzan a discutir sobre qué pasaría si nos juntamos todos los latinoamericanos y no les pagamos la deuda externa, a ver qué hacen con las islas y con la flota inglesa del Atlántico Sur. Y eso fue, durante las décadas del ochenta y del noventa, una de las principales políticas de resistencia al imperialismo que tuvimos los latinoamericanos. El inicio de esa política fue en las jornadas heladas y duras de las Islas Malvinas.
La guerra de Malvinas nos ofreció, a su vez, uno de los espectáculos más inolvidables, como fue el abrazo de Nicanor Costa Méndez, el ultraconservador canciller argentino, con Fidel Castro. Ver a Costa Méndez, con sus modales diplomáticos, su prosapia conservadora y su corbata de seda natural, posando su mejilla sobre las barbas de Fidel Castro es una desopilante imagen que no puedo sacar de mi memoria.
Era la OEA la que manejaba las relaciones y la representación del conjunto del continente. Y yo diría que en esas jornadas comienza la crisis de la OEA que va a terminar treinta años después con la virtual desaparición de la escena política internacional. ¿A quién le interesa hoy la OEA en América Latina? Hemos creado la Unasur. ¿Qué es la Unasur? Es la OEA sin Estados Unidos. Y basta, simplemente, que no esté presente Estados Unidos para que se pudieran abrazar, con desconfianza y mirándose mal, el presidente Uribe de Colombia y el presidente Correa de Ecuador, después de que aquél agrediera vilmente a Ecuador. Pero bastó que no estuviera Estados Unidos para que en esa reunión de Contadora se produjera un acercamiento.
De la misma manera –y  siendo secretario general de la Unasur nuestro ex presidente Néstor Kirchner– se aplacaron los ánimos de guerra y se disipó la amenaza de un enfrentamiento bélico entre Colombia y Venezuela, enfrentamiento bélico que hubiera sido catastrófico. No solamente por los obvios resultados en víctimas humanas y en esfuerzos económicos dilapidados, sino porque hubiera plantado una guerra en el momento más crucial e importante del proceso de integración latinoamericana que vivimos desde la batalla de Ayacucho. Un enfrentamiento armado entre Colombia y Venezuela hubiera significado una derrota aplastante para los esfuerzos de integración y esa posible carnicería de ciudadanos jóvenes y pobres –que son los que en general mueren en una guerra– hubiera sido un fracaso para Hugo Chávez, uno de los hombres que más ha luchado por esa integración.
De modo tal que Malvinas es una causa que, iniciada unilateral e inconsultamente, se convirtió en causa nacional latinoamericana, quizás la primera causa nacional latinoamericana. La única que es capaz de encolumnar al conjunto de nuestros pueblos y nuestros países con un enemigo claro, un enemigo extraterritorial. Un enemigo que, por otra parte, ha sido el tradicional enemigo de nuestro continente y el causante de nuestra balcanización y de nuestras divisiones. Que le pregunten si no a Luis Vignolo qué ha tenido que ver Inglaterra con la creación de la República Oriental del Uruguay.
Creo yo entonces, para terminar, que le debemos a Malvinas los argentinos y los latinoamericanos todavía un gran homenaje. Sería interesante que desde la Unasur surgieran jornadas de Malvinas a lo largo y a lo ancho de nuestro continente. Pero lo que sí es absolutamente claro, es que Malvinas es una cuestión nacional y latinoamericana. Y que, como cantábamos algunos en aquellas jornadas de 1982, “volveremos a Malvinas de la mano de América Latina”.




(*) Periodista, escritor, político y guionista cinematográfico, entre otras películas, de Sentimientos, Mirta de Liniers a Estambul, Cipayos, La tercera invasión y El General y la fiebre, dirigidas por Jorge Coscia. Ha dirigido el video documental La ceniza y la brasa sobre Arturo Jauretche.

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