Las Malvinas y América Latina
Víctor Flores Olea (*)
Absolutamente es verdad: las Malvinas representan una herida abierta en el cuerpo y en la historia latinoamericana, en un pasado que se prolonga ya por casi doscientos años, y en un presente que se nos impone a todos como una realidad inadmisible, producto de una de las formas más atroces de las relaciones humanas, la del colonialismo, es decir, la de la invasión, la explotación y la dominación vía la fuerza desnuda sobre un territorio arrancado abusivamente a otros países y continentes, que hoy debiera ser cosa del pasado y que, sin embargo, para vergüenza de la sociedad internacional, sigue vigente y actuante.
Vergonzoso episodio, naturalmente, sobre todo para la potencia que sigue actuando con los más regresivos puntos de referencia, aquellos de la piratería y el saqueo, y cuya conducta deshonrosa es motivo hoy de universal rechazo. Es otra de las batallas que libran la democracia y la renovación en contra del oscurantismo aún presente, es otra de nuestras batallas continentales por la libertad y el pleno desarrollo autónomo y en contra de la sumisión que por diversas vías nos han impuesto las potencias coloniales e imperialistas, y en contra de las cuales hemos de luchar firmemente. En síntesis: es una lucha por el futuro y otra de las batallas que libra América Latina por transformar un orden de cosas implantado durante muchos años para ejercer sujeción y dominio sobre nuestras tierras, nuestros hombres y mujeres y para continuar la explotación de nuestras riquezas. Es, como decíamos, una lucha en contra de un pasado caduco y agotado y en favor de un porvenir en que los habitantes de estas tierras, en que los hombres y mujeres de estas tierras, y por supuesto los de la gran nación argentina, puedan vivir en plena libertad y en el goce de su autodeterminación soberana.
Todos sabemos de los reiterados acuerdos de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas y del Comité de Descolonización del propio organismo urgiendo a las partes a resolver el conflicto por la vía negociada, que por supuesto implicaría un acuerdo que abandone la pretensión británica de seguir en posesión de esos territorios que son originariamente argentinos y cuyos derechos de soberanía han sido reiteradamente afirmados por esta nación. Pero conocemos también la repetida negativa británica para negociar y alcanzar acuerdos de mutua conveniencia.
Aquí también se manifiesta de nueva cuenta la desproporción y el tremendo anacronismo de la organización mundial, que fue fundada, dicho sintéticamente, para asegurar la paz y el bienestar de todos pueblos de la tierra en sus relaciones internacionales, y que hoy todavía, a los 55 años de su fundación, otorga el ejercicio de un derecho de veto que sitúa a los principales países vencedores en la Segunda Guerra Mundial del siglo pasado, en una inadmisible situación de superioridad y privilegios respecto a la comunidad internacional, de lo cual se aprovecha abusivamente la Gran Bretaña para sostener su posesión de facto de las Malvinas, y precisamente para negar a la nación argentina su derecho soberano a esas islas que están apenas a unos kilómetros de su territorio continental y a muchos miles de kilómetros del poder colonial que sostiene sin legitimidad su posesión sobre las mismas. Vemos en este caso como se asoma un grave malestar y un grave desequilibrio de la comunidad internacional que tarde o temprano ha de ser corregido.
Mencionaremos por su importancia y por su proximidad en el tiempo la última reclamación de Argentina ante la ONU: apenas el 24 de junio de 2010, reportaron las agencias internacionales, “el Comité de Descolonización de Naciones Unidas aprobó por unanimidad una resolución en la que insta a los gobiernos de Argentina y el Reino Unido a ‘afianzar el proceso de diálogo y reanudar las negociaciones para encontrar una solución pacífica’ a la cuestión de la soberanía de las Islas Malvinas”.
Así lo aprobó el Comité, que tiene su sede en Nueva York, luego de que el embajador de Chile, Octavio Errázuris, patrocinara un proyecto de declaración que apoyaron luego con encendidos discursos países de la región como Venezuela, Uruguay, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, México y Brasil.
“Mi país apoya decididamente los derechos de soberanía argentinos sobre las islas Malvinas”, dijo el representante chileno, al igual que lo hicieron luego sus colegas de América Latina, que hablaron de la cuestión Malvinas como una “herida profunda en nuestro continente”.
“Esta rémora colonial que ofende a la Argentina ofende también a toda la América Latina”, dijo en un enérgico discurso el embajador uruguayo ante Naciones Unidas,.
Previo a la resolución, el canciller argentino Héctor Timerman reafirmó “los derechos soberanos irrenunciables e imprescriptibles de Argentina sobre las Islas Malvinas” y advirtió la “amenaza ambiental” que representa el inicio de las exploraciones petrolíferas que empresas británicas realizan en las aguas circundantes al archipiélago.
“En mi primera tarea como ministro de Relaciones Exteriores, tengo el honor y el privilegio de venir al seno de este Comité para reiterar frente a la comunidad internacional una vez más los derechos soberanos irrenunciables e imprescriptibles de Argentina sobre las Islas Malvinas”.
Los reportes de las agencias de prensa recordaron igualmente como se cumplen ya 177 años de la disputa y que suman 45 años desde el primer llamado de la ONU para que la Argentina y el Reino Unido lleguen a una solución negociada. Así como el hecho de que este año se cumplen 28 años del conflicto del Atlántico Sur y también 28 años de la negativa británica a reanudar las negociaciones. Además, recordaron que “las Malvinas fueron invadidas y sus pobladores desalojados por las fuerzas del Reino Unido en 1833, precisamente en tiempos de Paz y sin comunicación y declaración previas a estos actos de fuerza.
Con motivo de su comparecencia en junio pasado ante el Comité de Descolonización de Naciones Unidas, el canciller Timerman acusó al Reino Unido ante el comité de descolonización de la ONU de “rapiña” por las exploraciones británicas de petróleo en las islas Malvinas, y por el riesgo medioambiental que puede suponer para la zona “esta aventura colonialista del Reino Unido en el Atlántico Sur, basada en la rapiña de los recursos naturales no renovables de nuestro continente”. “Estas actividades británicas –añadió con plena pertinencia el canciller– además de resultar una flagrante violación a lo dispuesto por el derecho internacional y un claro desprecio del mandato de la comunidad internacional, supone una grave amenaza ambiental”.
Por supuesto, el canciller Timerman recordó la catástrofe ecológica que sufre la región del Golfo de México como consecuencia del derrame de petróleo de la empresa británica BP y manifestó la “plena solidaridad” de Argentina con los estadounidenses damnificados por el desastre; además, manifestó su preocupación por lo que consideró recientes “declaraciones de corte belicista” de representantes del gobierno británico y de las autoridades de las Islas Malvinas. E insistió en que Gran Bretaña debe disponerse a cumplir el mandato de la Asamblea General de Naciones Unidas en el sentido de sentarse a la mesa de negociaciones con los representantes del gobierno argentino, a lo cual se ha negado tajantemente un miembro permanente del Consejo de Seguridad.
No podía ser más oportuna la organización de este seminario en que la República Argentina reitera sus derechos soberanos sobre las islas Malvinas y nos recuerda a todos los latinoamericanos que sigue viva entre nosotros la presencia del imperialismo, es decir, en definitiva, la maquinaria de explotación y sujeción de nuestros pueblos. Por lo demás, no podía ser más oportuna esta reivindicación en un marco académico y político, precisamente porque Argentina ha estado presente de manera distinguida en los procesos de cambio que ha emprendido América Latina en los últimos tres o cuatro lustros, cuando menos, y que han convertido a la región en una con excepcional dinamismo y potencial de transformación en estos tiempos de nuevas incertidumbres sobre los caminos a tomar. Y todo ello, si sumamos las tendencias y las obras ya realizadas, diríamos que ha sido excepcional la imaginación y la voluntad latinoamericana
En otras reuniones académico-políticas he sostenido que la historia latinoamericana se define por dos rasgos esenciales: uno sería la resistencia y batalla contra los abusos del imperialismo, y como piedra angular las batallas internas y externas por la democracia. Argentina se ha distinguido por efectuar esforzadamente ambas luchas, y en un momento como este en que brilla por ambas razones, cuenta desde luego con el apoyo de los pueblos latinoamericanos y de un buen número de sus gobiernos, que respaldan absolutamente las reivindicaciones internacionales que efectúa, como esta de los derechos de soberanía sobre las Islas Malvinas, que le corresponden plenamente sobre la base de los más elementales principios jurídicos del derecho de gentes y de la más clara correspondencia histórica. Sobre esto no hay duda alguna y sólo de mala fe es posible negar la verdad que se impone con luz propia.
Como otros países continentales hermanos nuestros, la República Argentina pasó también por la tremenda oscuridad que significaron los cruentos golpes de Estado que igualmente tuvieron su origen en los altos círculos del gobierno de Washington, y que invariablemente contaron con su apoyo decidido. Se trataba, como es bien sabido, en el marco de la Guerra Fría, de combatir y “mantener a raya” a los “agentes” que pudieran debilitar a Estados Unidos. Y “agentes” eran, para ellos, todos aquellos que exigían una real autodeterminación para sus países, la plena soberanía política y económica, sin sumisiones externas, y todos aquellos que en nuestros países demandaban mejores condiciones de trabajo, más ingresos, educación y salud, es decir, en el fondo, todos aquellos que clamaban por “un mundo mejor”.
Hay que decir, sin embargo, que el panorama negro y de sangre de los años 70 y 80 y aun antes, que prevalecía en buen número de los regímenes latinoamericanos, hoy se ha despejado de una manera notable, hasta el punto que nuestro continente se califica hoy como uno de luchas democráticas exitosas y de una transformación de los regímenes dictatoriales a otros en que privan esencialmente los derechos humanos y su vigencia. Lejos de nuestra intención presentar un panorama idílico del continente –los problemas en diversos niveles y esferas siguen siendo preocupantes– pero sí es legítimo subrayar el adelanto político logrado, y el proceso alentador de nuestras transformaciones históricas recientes, sobre todo en razón de las luchas y presiones populares. En esa gesta democrática continental se distingue desde luego la República Argentina, y no resulta entonces alentador que un viejo imperio, decadente en varios sentidos, se oponga a una justa reivindicación de soberanía como la que hace ahora, igual que mucho tiempo antes.
Por supuesto, la historia continental no se agota en sus tramos de oscuridad sino que abundan otros llenos de luz, aquellos en que el pueblo, los pueblos, han hecho presencia y han sido los protagonistas y dueños de su historia, sus reales sujetos. Menciono apenas ciertos momentos sin duda altos de la historia latinoamericana: Jacobo Arbenz, en Guatemala; Juan Domingo Perón, en Argentina; Fidel Castro en Cuba; Salvador Allende, en Chile; el sandinismo que derrotó al régimen sangriento de los Somoza en Nicaragua y a tantos otros de la actualidad que prefiero no designar para no caer en torpes olvidos, pero que incluyen sin duda a Hugo Chávez, a Evo Morales y a Cristina Fernández de Kirchner, en este gran movimiento de renovación profunda de América Latina que busca para el continente la afirmación de soberanía, la profundización de la democracia, el equilibrio y la justicia social, y desde luego un desarrollo plenamente libre y compartido en beneficio de todos.
Desde el norte continental, desde el querido México que ha sido en otros momentos punta de lanza en las batallas por la soberanía y por la solidaridad entre nuestros pueblos hermanos, vemos con nostalgia los éxitos y virtudes de estos esfuerzos en el sur, que han sido detenidos en nuestra tierra por la falsa perspectiva, por el espejismo de una vecindad con la gran potencia del norte de la cual nos llegarían infaliblemente ventajas y estímulos para superar nuestros retrasos y satisfacer nuestras carencias más urgentes. El desenlace no podía ser más decepcionante y contrario: el desmantelamiento de nuestra vena nacional y la concentración incontenible de la riqueza, en un panorama de exclusión severa de los menos favorecidos, que aumentan exponencialmente y llega ahora a una sitaución de brutales desigualdades que hieren profundamente el tejido social.
Sin perder de vista que la agravación salvaje del narcotráfico y del crimen organizado son hoy también en México factores dolorosos de descomposición social, que no pueden aislarse, por supuesto, de un diseño de debilitamiento elaborado al menos por ciertos círculos e intereses de la potencia del norte. Peligro presente en que la “cooperación” supuestamente desinteresada pudiera tornarse de pronto en ocupación y anexión, como ha ocurrido en otras zonas del continente.
Pero quiero sobre todo subrayar la esperanza, porque así lo ha demostrado plenamente América Latina en los últimos años. En la mayor parte de nuestro continente, aun cuando tengan una presencia universal, los movimientos sociales se han reflejado espectacularmente, hasta convertirse por su militancia en nuevos y a veces decisivos actores sociales, tomando la vanguardia en las luchas políticas de la transformación. Por lo demás, el desastre del neoliberalismo, al que se plegaron un buen número de partidos, afectó profundamente la credibilidad de los mismos, que han enseñado muchos de ellos su verdadera ley interna de servidores del dinero empresarial.
Los movimientos sociales en América Latina se han convertido en vanguardia de las luchas por el cambio social. Sus objetivos son muy variados pero sumados forman un amplio proyecto de carácter cultural, político y social, que incluye desde luego la defensa de la integridad territorial, el respeto a los derechos humanos y la igualdad de género, hasta el reconocimiento de la identidad de los pueblos indios como parte sustantiva de la nación y de la culturas nacionales. Claro está, la lógica profunda de tales movimientos desemboca inevitablemente en la exigencia de la ruptura con el sistema político, económico y social imperante que impide la satisfacción de esas demandas y necesidades. Tales movimientos fueron alcanzando gradualmente personalidad específica y desligándose muchas veces de las plataformas tradicionales de los partidos organizados, sin olvidar que los movimientos sociales constituyen pluralidades políticas con relativa unidad de movimiento sin perder de vista la diversidad de su composición, de su origen, de sus características, y en general alejados de las estructuras organizadas de los Estados y partidos.
Podemos decir, además, que los movimientos sociales en América Latina han sufrido un proceso acelerado de radicalización, representando militantemente a campesinos, obreros, indígenas, desocupados, mujeres y otros sectores de la población. Es oportuno subrayar la importancia de los grupos y organizaciones indígenas que están en la primera fila de la revolución boliviana y ecuatoriana. También en México, con el zapatismo y sus planteamientos de una democracia radical, se expresaron las luchas de los pueblos indios en América Latina. José Martí decía a principios de siglo “no andará la América mientras no se levante el indio”.
Sobre los movimientos sociales, nos atrevemos a decir que han sido el factor más importante del cambio político de América Latina en las dos últimas décadas, y aun antes. En ellos hay acción y práctica colectivas y pluralidad de iniciativas, más que propuestas ideológicas cerradas o aparatos institucionales verticales. Estos movimientos aparecen en América Latina en el marco de una crisis multidimensional, civilizatoria, como se ha repetido, que en primer lugar expresa el agotamiento del desarrollo capitalista y de sus “modos”, como el neoliberalismo, y que se manifiestan en un amplio espectro que recorre la variadísima experiencia latinoamericana de las últimas décadas.
Pero hemos de decir también que representan hoy nuestra plataforma de resistencia probablemente más robusta ante la presencia y agresión imperialista que aún nos amenaza, como en el caso de la continua cerrazón británica sobre la cuestión de las Malvinas.
Hoy los estudiosos sobre América Latina, y por supuesto algunos jefes de Estado como Hugo Chávez, ponen gran énfasis en la denuncia de la multiplicación de las bases militares estadounidenses en distintas regiones de nuestro continente, sobre todo en territorio colombiano y en los adyacentes a la Amazonia, así como en el Caribe, a lo que se suma la movilización de la IV Flota de Estados Unidos en la región, sin excluir el golpe de Estado relativamente reciente en Honduras, lo cual apuntaría en conjunto al control territorial y militar de zonas estratégicas del continente, y al aseguramiento de recursos naturales como el agua, el petróleo, el gas, el uranio y muchos otros que son abundantes en el sur continental. Incluidos los recientes descubrimientos de reservas del petróleo en aguas profundas, por parte de Petrobras.
Como muchos afirman, se trata de un esquema en que los Estados Unidos procuran delimitar militarmente a América del Sur como su espacio geopolítico, con la intención entre otras de frustrar el desarrollo de las nuevas instituciones sudamericanas que subrayan los nuevos tiempos de independencia, y principalmente tal vez el desarrollo de Unasur y del Consejo de Defensa de la América del Sur.
Como son las cosas, yo no desvincularía la actual obcecación británica a negarse a tratar por vía negociada la cuestión de las Malvinas, de este diseño de controles más amplio que no solamente incluye a Estados Unidos sino que lo sitúa como clave maestra del diseño de conjunto. Por supuesto, la exploración intensiva de depósitos petroleros en aguas profundas, en la zona de las Malvinas, confirma que la explotación imperial se dobla con la presión de las armas y que las armas sirven sobre todo para continuar la explotación, para prolongarla en lo posible. Por eso es que la reivindicación soberana de las Malvinas, por parte de la República Argentina, tiene el significado hoy de un genuino acto no sólo de reclamación y recuperación de derechos sino una acción que tiende a cortar de tajo la cadena de intervenciones y explotaciones que los países imperialistas han cometido y siguen cometiendo en este continente. Y es por esa razón que los pueblos del continente entero respaldan esta justa reclamación de Argentina.
La severa crisis del capitalismo, que desmantela el bienestar de las clases medias en el mundo, por un momento suscitó la esperanza de que traería consigo arreglos al sistema que disminuirían su avidez. Los hechos prueban que no es así: las oligarquías no abandonan su afán de lucro y en el despeñadero que hace más pobres a los ya pobres –sin trabajo, sin servicios educativos o de salud, sin posibilidades de futuro– ellos siguen distribuyéndose entre sí las bonificaciones más apetitosas. ¡Cuanta razón ha tenido el filósofo social que ha dicho que sobre todo en el capitalismo neoliberal, en que las finanzas mandan sobre la producción de bienes y servicios, es decir, las prácticas de casino sobre las necesidades sociales, los ciudadanos se han convertido en simples consumidores, degradándose todo el sistema de las relaciones sociales y comunitarias para llegar a ser exclusivamente un campo de trueques y ganancias, del tener y no del ser!
Pero con perseverancia, los grandes problemas se han resuelto. Y para los grandes problemas políticos la perseverancia es sinónimo de solidaridad, en este caso la solidaridad latinoamericana con la que cuenta el pueblo argentino en esta trascendental tarea de reivindicar a su favor la plena soberanía de las Islas Malvinas. Solidaridad que debemos suscitar en actos como éste que ojalá se multipliquen a lo largo y ancho del continente latinoamericano.
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(*) Docente universitario, diplomático, conferencista y ensayista. Estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y realizó estudios de postgrado en las Universidades de Roma y París. Fue profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, de la que fue director (1970-1975). Embajador en la Unión Soviética (1975-1976), subsecretario de Cultura en la Secretaría de Educación Pública (1977-1978), representante ante la UNESCO (1978-1982), subsecretario para Asuntos Multilaterales de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1982-1988), primer presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) (1988-1992) y embajador ante la ONU.
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