23 de noviembre de 2010

Gorojovsky

El Corredor Nordantártico, las Malvinas
y América Latina

Néstor Gorojovsky (*)



Voy a recurrir, en mi exposición, a esa panoplia de inutilidades que generalmente se enseñan en las academias y en los institutos universitarios argentinos. Esta casa es una gran excepción, pero en general las universidades argentinas no nos han enseñado a pensar con las armas del enemigo o más habitualmente nos han enseñado a no pensar. Nos han enseñado a repetir lo que el enemigo necesita que repitamos. Las herramientas intelectuales están. Ellos las han creado. Pero no nos enseñan a usarlas. Claro, no son tontos.
Nosotros tampoco tenemos que serlo.
En esto yo coincido plenamente con el ministro Rossi: a los británicos hay que aprender a respetarlos y admirarlos. Y también hay que aprender a fagocitarlos y hacerse dueños de aquello que se han apropiado en nuestro desmedro. Si uno sabe manejar las armas del adversario, puede usarla también para pensar en sus propios intereses. Lo esencial son los propios intereses.
Cuando el ministro Rossi, decía (y cito textual) “no piensen sólo en el dinero cuando hablo de costos”, acaba de recibirse en la academia que forma a los diplomáticos británicos. En realidad, si se me permite, con el ministro Rossi estamos ante un diplomático inglés encubierto que defiende a la Argentina. Deberíamos rebautizarlo al ministro, ponerle por ejemplo William Ross más que Guillermo Rossi. Esto es peligroso en la Argentina, porque muchos serían capaces de vender a la madre por tener nombre y apellido inglés. Pero no parecería ser éste el caso: menos que el nombre importa lo que uno tiene en el cerebro y el corazón, y este “William Ross” que está a mi lado en la mesa tiene en esos órganos a la Patria de todos nosotros y no la de los ingleses, lo que no puede decirse de muchos que portan apellido italiano como Di Tella o incluso grandes apellidos patricios y criollazos pero tienen, como por ejemplo Manuel García, el alma fría para las cosas de la Patria.
Es exactamente así, tal como dice “William Ross”, perdón, quise decir Guillermo Rossi: no pensemos solamente en términos de dinero cuando hablamos de recursos naturales. No vamos a hablar, entonces, en términos de dinero cuando hablemos de Malvinas, precisamente porque es mucho el dinero que está en juego.
Siguiendo ese sabio criterio sí voy a hablar, en cambio, de un recurso natural que generalmente nadie ve, justamente porque está en todos lados. Los recursos naturales son aquellos elementos de la realidad material que utilizamos los seres humanos para construir nuestra vida (más o menos civilizada, según como se la quiera ver). Exigen el despliegue de energía humana, digamos, la aplicación de trabajo sobre ellos, para transformar una piedra en una cucharita y una vaca en un bife de costilla. Esos son recursos minerales o recursos ganaderos.
Pero lo que se suele olvidar es que ni la piedra se consume en el lugar donde se saca, ni la vaca se consume en el lugar donde se cría. Y se suele olvidar, por lo tanto, el papel fundamental del recurso espacio sobre el cual hay que hacer el trabajo de transporte. Ese trabajo constituye una parte importantísima y esencial de la producción de la vida humana. Entonces voy a centrarme en el tema del recurso espacio y su control, y en el papel que le cabe en particular a las Malvinas en el control del espacio.
Por supuesto que cuando uno habla de Malvinas, habla de islas e inmediatamente está pensando en el espacio marítimo. Es un tema marítimo, uno dice, y habiendo tantas islas en el mundo, y los ingleses se han ido de varias, ¿por qué no se van de ahí? Bueno, porque las Malvinas no se pueden considerar en sí mismas sino con el espacio magallánico. Y el espacio magallánico abarca el sur de la Argentina, el sur de Chile, la Isla Grande de Tierra del Fuego, los canales y archipiélagos adyacentes, la zona de Georgias, las islas Sándwich del sur y también la península antártica y dependencias inmediatas.
Ahora bien: ese espacio magallánico no es cualquier espacio, porque los recursos en la Tierra están distribuidos de un modo desigual. Por ejemplo, se concentra el cobre en algún lugar, el petróleo en otro, el hierro en un sitio, las vacas en otro. Esto es evidente. Pero entonces también hay que pensar en el transporte, que busca resolver el problema del espacio. Y así como los minerales, vegetales y animales que necesitamos no están todos en cualquier sitio, el transporte no se puede hacer por cualquier lado.
En realidad, como cualquier otro recurso natural, el espacio también se concentra en determinados lugares: en los puntos de acceso y en los corredores de pasaje entre grandes áreas. Aquí se producen grandes tensiones porque el control de esos puntos de acceso y corredores de pasaje es tan importante como el control de los yacimientos y de otros recursos naturales que después se transportan través de esos corredores y accesos. Son los “yacimientos de espacio”, digamos.
Y es tan importante controlar los portales intercontinentales en el océano como controlar el petróleo en Venezuela: para Estados Unidos no serviría de nada que hubiera un cambio de régimen en Venezuela si no controlasen ese Mediterráneo americano que es el Mar Caribe. No le serviría de nada porque no podrían transportar aquellos recursos que, de producirse ese triste cambio, volvería a robarle a nuestra querida y hermana republica de Venezuela. El control del espacio, entonces y como vemos, es condición previa de la existencia del imperio.
Y el control del espacio no se da desplegando uniformemente tropas (porque así, con tropas, preferentemente propias, es como se lo controla), por toda la superficie del globo. Se lo controla condensando tropas en los puntos de acceso y los corredores que interconectan los diversos sectores del globo. Así es como se controla el planeta, así es como se piensa imperialmente, giro éste que no es mío sino del fundador de la geopolítica que es Halford Mackinder, que escribió el libro Cómo se piensa imperialmente y explica estas cositas. No necesitamos controlar todo el Mar Arábigo; sí nos interesa controlar Suez. No necesitamos controlar el Mar de la China Meridional; sí nos interesa Singapur.
Del mismo modo, para ocupar el paso entre el Atlántico y el Pacífico no necesitamos controlar enteritos los dos océanos, ni todas las costas de esos océanos; nos interesan dos grandes corredores: el Caribe y el istmo centroamericano, por el Norte… y por el Sur el área magallánica; entonces, lo que nos interesa son las Islas Malvinas.
La importancia geoestratégica de las Malvinas, entonces, es que brindan capacidad de control territorial (que, en el fondo, se reduce a la capacidad de decir quién atraviesa las puertas entre espacios y quién no) sobre el corredor nordantártico, un concepto espacial que en seguida voy a definir. Como bien decía Caspar Weinberger, las Malvinas dan el control de América Latina, pero hay que agregar que dan también el control del único pasaje interoceánico alternativo en caso de conflicto en el Mediterráneo americano y el cierre del pasaje del Canal de Panamá.
Digamos que los ingleses (y la OTAN con ellos) están en las Malvinas para controlarnos a nosotros pero también para controlar el único lugar alternativo que permite atravesar esa muralla de tierra que hay entre el Océano Atlántico y el Pacifico, que es como decir entre el hemisferio oceánico oriental y el hemisferio oceánico occidental, esa muralla con la que tropezó el pobre Cristóbal Colón. Para decirlo en términos de un país continental como Estados Unidos: si se cierra Panamá, los buques que van de Nueva York a California ¿por dónde tienen que ir? Esta es la pregunta crucial.
Está, por supuesto, esa tradición inglesa de robar como mecanismo de engrandecerse. Piensen que la primera marina británica fue la marina corsaria, una asociación entre empresarios libres y el estado inglés. Digamos que la Reina de Inglaterra, Isabel I, tenía ciertas asociaciones directas con grandes navegantes y corsarios como Drake. Esto de mezclar la empresa privada con el interés del Estado viene desde el origen mismo de la potencia británica y anglosajona, cosa que nosotros deberíamos aprender o, mejor dicho, los privados deberían aprender porque el estado en sí mismo es neutro y lo que hay que hacer es ponerlo en servicio de un interés o de otro.
Pero no basta con esto para explicar porqué los ingleses se han aferrado con tanto denuedo a esas islas que Aldous Huxley, un gran intelectual inglés, definía en su libro Brave New World como “dos pedazos de turba donde llueve cuatrocientos días al año”. Hay más que mera rapiña. Hay que volver a la cuestión de los corredores, que brindan carácter global (no globalizado) a las Malvinas, que dan cuenta de la importancia estratégica de las Malvinas, que automáticamente confieren a las Malvinas el carácter de casus belli mundial. Sí, mundial.
Los argentinos siempre nos vemos en un mapa mal hecho, un mapa mental en el que parece que estamos al costado y al fondo del mundo. Sin embargo, en lo que respecta a este tema estamos en el corazón del planeta, porque tenemos la buena o mala suerte –según como la aprovechemos– de que un corredor interoceánico crucial está en nuestro territorio.
Ahora, así como Estados Unidos le niega a los árabes el derecho a disponer del petróleo –que evidentemente es de Estados Unidos pero Dios se equivocó y lo puso en Arabia– del mismo modo Gran Bretaña y Estados Unidos nos niegan a los argentinos y a los chilenos el derecho a disponer del único pasaje alternativo al Canal de Panamá entre los dos océanos. Dios se equivocó otra vez, y en vez de ponerlo atravesando el Estado de Iowa lo puso acá. Eso ellos lo corrigen militarmente. ¿Y como lo hacen? Bueno, ya lo sabemos.
Esto en general nos tiene que llevar a pensar que esta cuestión es muy antigua. Como bien señaló el ministro algunos antecedentes en el siglo XVIII, hay anteriores también, pero el del siglo XVIII es crucial porque en realidad nuestros estados americanos son herencia de lo mejor que nos dio España que fue lo mejor y no lo peor del estado borbónico.
Nosotros en 1810 hicimos beneficios de inventario, y de ese estado borbónico nos quedamos con algunas cosas, las que nos servían, y dejamos de lado otras, que no nos servían. Una de las que sí nos servían es la política territorial de los Borbones, porque ellos también intentaron pensar imperialmente, entendieron bien el tema de los corredores (en esa época, además, no había ni idea de hacer un canal por Panamá), y se propusieron expulsar a los británicos –y también a los franceses, dicho sea de paso– de las Malvinas. Lo lograron, y nos hicimos cargo de esa victoria española.
Entonces en este tema la de los Borbones es nuestra política, pero si eso es así los ingleses y sus aliados son nuestros enemigos tal como lo fueron de España, exactamente del mismo modo. Y ellos lo piensan así, así que es mejor que nosotros lo pensemos así. Es decir, si el tipo que tenemos adelante te va a dar un piña, por lo menos montá la guardia, o sea empezá a pensar como él. Si ellos piensan en términos planetarios para construir un imperio, nosotros tenemos que pensar en términos planetarios para impedir que nos metan en ese imperio.

Las Malvinas, que cubren el flanco oriental del estrecho de Magallanes y por lo tanto una ruta Este-Oeste, también cubren la puerta de entrada a lo que yo, en una especie de innovación lingüística, llamo “el corredor nordantártico” de la ruta Norte-Sur, el corredor que está al norte de la Antártida: el Pasaje de Hoces (mal llamado Estrecho de Drake, que hasta el nombre nos robó, era un pirata en serio; pero en realidad se llama Pasaje de Hoces), y los canales que lo flanquean en torno al extremo meridional del continente americano. Los canales importan porque el pasaje de Hoces es un pedazo espantoso de mares en permanente ebullición, no porque estén hirviendo sino por que hay un viento y un oleaje que te la voglio dire, que se extiende desde el Cabo de Hornos hasta la Península Antártica. Es la parte meridional, la menos transitable quizás (aunque con los buques de gran porte, es transitable) del famoso corredor que estoy hablando yo que es el transoceánico del sur.
Tenemos, como ya adelanté, otro corredor transoceánico como es el Caribe –que es el Mediterráneo americano– que es como la boca de un embudo que se cierra en Panamá (también podría haber otras salidas: hay siete proyectos de corredores transoceánicos, que los haríamos y los controlaríamos nosotros, si fuéramos lo que debemos ser y no lo que nos están obligando ser, o sea, nada). Todos deberían ser nuestros, pero me permito recordarles que hasta hace treinta o cuarenta años la Zona del Canal ni siquiera era panameña. Miren todo lo que tenemos que recorrer todavía.
Ahora, cuando uno habla de estas cuestiones se tiene que dar cuenta de que no podemos pensar el tema Malvinas como argentinos porque nuestros enemigos no lo piensan como un tema argentino sino como un tema mundial y más específicamente americano. Aunque más no sea por eso, tenemos que pensarlo como un tema de otro orden, y yo diría que así como aquí con esa forma tan uruguaya que tiene nuestro amigo Vignolo se presenta como argentino oriental, nosotros tenemos que empezar a pensar la cosa en términos latinoamericanos, porque ellos lo piensan en términos latinoamericanos. Pero en concreto, esto significa que para entender Malvinas tenemos que considerarnos uruguayos occidentales, brasileños de zona fría, bolivianos de tierras bajas, paraguayos de aguas abajo, antárticos tropicales… Y fundamentalmente chilenos transandinos: si no me equivoco el único país que nos reconoce derechos soberanos en

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