23 de noviembre de 2010

Gonçalves


A partir de la guerra de 1982, comenzó
el proceso de diálogo Brasil-Argentina

Williams Gonçalves (*)



Antes de hablar sobre las cuestiones que he pensado presentar a ustedes, quiero recordar rápidamente algo de la guerra de las Malvinas. En 1982, cuando la guerra tuvo inicio, había muchos argentinos en Brasil, un gran número de exiliados, perseguidos políticos. En la condición de exiliados, reconocidos por el derecho internacional de nuestra región, no podían reunirse para hablar sobre cuestiones políticas. De modo que un grupo de brasileros que administraban un café cultural tuvieron la idea de organizar una sesión de una noche para discutir la cuestión de la guerra de las Malvinas. Esta fue la oportunidad que se encontró para permitir que los argentinos puedan encontrarse y reunirse, discutir y reflexionar sobre lo que pasaba.
Uno de los presentadores fue un diputado federal llamado Marcelo Serguera, quien hoy es candidato a senador federal en las elecciones del Brasil, y el otro presentador era un joven profesor de Relaciones Internacionales. Inauguramos el debate, y a partir de ahí todos los argentinos de todos los partidos, de todos los sectores políticos, pudieron debatir y analizar la cuestión. Se debatió mucho, pero después de algunas acaloradas discusiones todos concluyeron que lo que en aquel momento estaba en juego no era la cuestión política interna sino la cuestión nacional, por lo tanto todos se dieron las manos y se pronunciaron a favor de su país contra Inglaterra. Yo no podía imaginarme que 28 años después estaría participando del primer Congreso sobre las Malvinas en la Argentina; por lo tanto, para mí es un gran honor estar hoy aquí.
La realidad es contradictoria, enfrentamos contradicciones todo el tiempo. En la guerra de las Malvinas en 1982 hubo momentos de fuerte contradicción, diría de perplejidad, pero es importante recordar que fue a partir de la guerra que comenzó el proceso de diálogo que dio inicio a la integración Brasil-Argentina y que después, en 1991, dio lugar al Mercosur.
Se recordó aquí la Declaración de Lima, que fue sin duda muy importante, pero como dije antes la realidad es contradictoria. Para la diplomacia brasileña, a pesar de entender perfectamente las razones que motivaron aquella Declaración, consideró que no era oportuno disolver la Organización de Estados Americanos. La idea de disolverla era dar manos libres a Estados Unidos para realizar una política exclusivamente unilateral. Por el contrario, era necesario reforzarla y tomarla. Entonces la diplomacia brasileña presentó la candidatura del embajador João Clemente Baena Soares, quien se propuso cambiar el organismo. En nuestra región era más importante desde el punto de vista diplomático ocupar y trabajar con la OEA.
El embajador Baena Soares permaneció en la Secretaria General durante dos mandatos y la OEA tuvo un papel muy importante como observador, supervisor y controlador de los procesos democráticos que hubo en nuestra región a partir de 1984. Por lo tanto, se puede decir que aquel momento tan traumático abrió las puertas para una integración y para la reformulación de la OEA.
Si la guerra de Malvinas, por un lado fue un acontecimiento trágico, por otro lado abrió camino para cambios políticos muy interesantes en nuestra región. Además de haber estimulado la transformación de la OEA en un importante instrumento de defensa de la democracia, a través del seguimiento y fiscalización de procesos electorales, y de enérgicas denuncias de violación de la legalidad democrática, la guerra proporcionó un fecundo diálogo Brasil-Argentina.
Los dirigentes de ambos países ya habían resuelto en 1979 las divergencias relativas a la construcción de la represa hidroeléctrica de Itaipú, y el comportamiento de Estados Unidos y de la propia Inglaterra posibilitó una nueva evaluación del papel desempeñado por Brasilia y Buenos Aires en los contextos del subsistema regional y del sistema internacional.
Tanto en Brasil como Argentina la elites políticas se dieron cuenta de que las desconfianzas que caracterizaban la relación entre ambos países no servían para sus respectivos intereses nacionales, sino a los intereses de las grandes potencias, que confortablemente podían explotar esa rivalidad en provecho propio. En ese sentido, la guerra fue decisiva para revertir el cuadro político en el sur del continente. Al comprender la fragilidad estratégica a que los exponía la rivalidad, brasileros y argentinos dieron inicio a un vigoroso proceso de entendimiento, que tuvo como resultado la creación del Mercosur en 1991.
Es verdad que en los años noventa el Mercosur, nuestro instrumento de integración en esta parte del continente, fue completamente tomado por las ideas neoliberales. El Mercosur demoró su proyecto inicial de constituir en la región un espacio común para el desarrollo compartido, transformándose  en un área exclusivamente de comercio. Pero cuando alcanzamos el final de los años noventa e iniciamos el siglo XXI, asistimos en la región a una autentica rebelión democrática de los pueblos contra las políticas neoliberales. Vimos la elección de gobiernos de fuerte identificación con las aspiraciones de los pueblos. Esto sucedió en Brasil, en Argentina, en Uruguay, en Bolivia, en toda la región, y a partir de entonces la integración tomó otro rumbo.
Es difícil hacer cambios de la noche a la mañana, pero lo principal es que se recuperó el papel del Estado como agente de planeamiento de la economía y de la política económica. Se recuperó el concepto de desarrollo, que es muy importante. Los liberales decidieron suprimir del vocabulario político y económico ese concepto, porque supone crecimiento económico con justicia social. Y el crecimiento económico con justicia social no se puede realizar en los marcos del neoliberalismo. Tiene que haber un compromiso del Estado, tiene que haber intervención del Estado. Por lo tanto, desde los años 2000 entramos en recuperación del Estado como instancia intensamente importante de promoción del crecimiento económico y del desarrollo industrial con justicia social.
Y la integración tomó otro rumbo. La integración de la región pasó a tener mayor importancia política, comenzando por el Mercosur y también por la iniciativa que redondeó la creación la Unasur. Pienso que esta es una nueva etapa del proceso de integración, aunque todos sabemos que la idea es antigua. Desde inicio del siglo XIX se piensa en la integración e ingresamos en una etapa mas operativa al comienzo de los años sesenta, cuando por el Tratado de Montevideo se creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).
Por lo tanto la integración es una vieja idea, no como un sueño sino como una cuestión operativa de desarrollo de los países de la región. Pero estoy convencido que ingresamos ahora, con los gobiernos de matriz popular, en una nueva etapa que no tendrá retroceso. El proceso electoral brasileño de este momento (1) lo demuestra: el gobierno de Lula da Silva dejará consolidada nuestra política externa, que tendrá continuidad. No habrá retroceso y lo mismo pasará por toda América del Sur y por toda América latina.
Una de las cosas más importantes de este proceso –que me hace creer que ingresamos en una nueva etapa– es justamente la visión que se tiene al respecto del territorio. Antes mencioné el ALLAC, pero hoy –con la ventaja de una visión retrospectiva–  se puede decir que era una integración muy limitada. Hoy los responsables de la política externa saben que para que haya integración exitosa, es necesario que haya integración física. Es necesario construir autopistas y puentes, invertir más en transportes y comunicaciones. Las tarifas arancelarias son importantes pero coyunturales. Lo más importante para preparar una integración cada vez más intensa, más productiva y más ventajosa para los pueblos de nuestros países es la integración física, que es estructural, que es permanente. 
Debemos discutir cómo nuestros países pueden compartir los recursos que nuestro rico territorio nos ofrece para nuestro desarrollo. En Brasil hay una conciencia muy fuerte hoy al respecto de la importancia de la Amazonia. La Amazonia representa el 25 por ciento de la biodiversidad mundial, y la sociedad brasilera está atenta para defender ese codiciado patrimonio. Estoy convencido de la importancia del petróleo que está en el mar territorial brasileño como precioso recurso mineral.
Y, claro, las Malvinas son parte de eso. Bajo la legítima soberanía del Estado argentino, son parte del territorio de América del Sur  y de América Latina, y debe estar integrado a este proceso de desarrollo. La alienación de las Malvinas y el dominio que el Reino Unido ejerce sobre las Malvinas representa una ilegal sustracción de recursos de nuestro continente, que deberia estar integrado al proceso de desarrollo de nuestra región.
Hoy es un día muy especial para mí. Me siento muy honrado porque mi nombre fue toimado en cuenta para partcipar activamente en este Primer Congreso Latinoamericano “Malvinas, una Causa de la Patria Grande”.  Por todo aquello que la causa de Malvinas representa para el pueblo argentino, considero la invitación que me hicieron los amigos del Observatorio Malvinas como una demostración de amistad que jamás podré olvidar. Y me siento también muy emocionado y orgulloso de ver al emisario diplomático mi país, Guilherme Patriota, venir especialmente a este Congreso a presentar con competencia e convicción la posición oficial de Brasil, según la cual las Malvinas son de Argentina y, por ser de Argentina, son de América Latina.




(*) Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Autor de los libros Relações Internacionais (2003) y Argentina e Brasil vencendo os preconceitos: as varias arestas de uma concepçao estratégica (2009). Es coautor del Dicionário de Relações Internacionais (2005).

(1) Se refiere a las elecciones generales de octubre de 2010 en Brasil, en las que la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, ganó en la segunda vuelta. De esa forma, el PT accedió al gobierno por tercera vez consecutiva.

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