23 de noviembre de 2010

Bardini


Roberto Bardini (*)


A fines de 1981, el ministro de Relaciones Exteriores Nicanor Costa Méndez, miembro del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI) y asesor de empresas británicas y estadounidenses, declaró que Argentina no pertenecía al Tercer Mundo ni al Movimiento de Países No Alineados porque los integrantes de esos bloques no eran “de raza blanca y religión cristiana” (1).
Poco antes, el 19 diciembre de 1981, cuando fue designado por la Junta Militar, el diario La Nación había presentado al diplomático como autor de “numerosos trabajos acerca de la naturaleza del denominado Tercer Mundo” y crítico de “la alineación de nuestro país a ese nucleamiento de naciones.
Ex canciller del gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía de 1966 a 1969, Costa Méndez, había escrito en 1976 en la revista Carta Política, que dirigía su viejo amigo Mariano Grondona, también integrante del CARI: “La militancia en el grupo de los No Alineados constituye el extremo de una posición. La Argentina está, en verdad, alineada con los Estados Unidos […]. La militancia en el grupo de los No Alineados puede alejarnos de nuestros viejos amigos y de nuestros aliados” (2).
El rechazo del diplomático al tercermundismo y no alineamiento también se evidenció en 1978, cuando redactó la parte de política internacional en las Bases Políticas de la Fuerza Aérea, donde promovía la inserción de la Argentina en el Occidente cristiano. Y en enero de 1982, al poco tiempo de asumir, una de sus primeras medidas fue crear una comisión para analizar si Argentina iba a continuar formando parte del Movimiento de No Alineados, al cual Argentina se había integrado en 1973 durante el gobierno de Héctor J. Cámpora pero se distanció notoriamente a partir del golpe de Estado de marzo de 1976.
El Movimiento de No Alineados (NOAL) tiene su antecedente en la Conferencia Afroasiática de Bandung (Indonesia) de 1955, que convocó a 29 jefes de Estado de Asia y África (3). Eran tiempos de luchas anticoloniales y emancipación de las metrópolis europeas, con el trasfondo de la Guerra Fría o confrontación Este-Oeste entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
En Bandung se establecieron los Diez Principios que constituyen la carta de identidad del Movimiento y que, al parecer, a Costa Méndez le parecían horrorosos: respeto por los derechos fundamentales del hombre, la Carta de las Naciones Unidas y la soberanía e integridad territorial de todas las naciones, reconocimiento de la igualdad de todas las razas, abstención de intervenciones en los asuntos internos de otros países, derecho de toda nación a defenderse sola o en colaboración con otros Estados, abstención de participar en acuerdos de defensa colectiva que favorezcan a una de las grandes potencias, abstención a ejercitar presión, actos o amenaza de agresión hacia la integridad territorial o independencia política de cualquier país, solución de conflictos por medios pacíficos (tratados, conciliaciones, arbitraje) y respeto por la justicia y las obligaciones internacionales.
El NOAL se creó formalmente en Belgrado en 1961, por iniciativa de cinco presidentes y jefes de Estado: Gamal Abdel Nasser (Egipto), Kwame Nkrumah (Ghana), Jawahalal Nehru (India), Ahmed Sukarno (Indonesia) y el anfitrión Josip Broz Tito (Yugoslavia). A partir de entonces extendió su influencia al resto del mundo “no desarrollado” o “en vías de desarrollo” que prefería mantenerse neutral en el enfrentamiento Washington-Moscú.
 Es probable que Costa Méndez jamás imaginara que desde el primer momento de la recuperación de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur en abril de 1982, la Argentina “primermundista, blanca, occidental y cristiana”, iba a recibir el respaldo de Cuba, la Nicaragua sandinista y los No Alineados. Y mucho menos que él mismo viajaría a La Habana a una reunión de ese bloque, se abrazaría con Fidel Castro, recibiría una andanada de muestras de solidaridad y terminaría denunciando al imperialismo en la Organización de Estados Americanos.
El impensado apoyo de la América de piel cobriza –que incluyó el ofrecimiento de enviar a Malvinas a voluntarios nicaragüenses y cubanos– también sorprendió a unos cuantos jefes militares argentinos que en ese momento estaban “exportando” su guerra sucia a la distante América Central: asesoraban a policías y soldados de Honduras y El Salvador, al mismo tiempo que entrenaban a los “contras” que intentaban derrocar al gobierno sandinista en Nicaragua.

Guerra silenciosa, estrategia del terror

 “Soy el ciudadano argentino Héctor Francés García y he realizado en Costa Rica tareas de inteligencia y asesoramiento tendientes al derrocamiento del régimen revolucionario de Nicaragua. Hace dos años ingresé al Batallón de Inteligencia 601, y en una escuela de la provincia de Buenos Aires preparada a tal efecto recibí instrucción en materias tales como reunión y análisis de información, seguimiento y contraseguimiento, técnicas de interrogatorio y contrainterrogatorio, fotografía, escritura con medios especiales y apertura y cierre de correspondencia”.
Así comenzaba el testimonio del capitán Francés García en un video de una hora de duración, exhibido el 30 de noviembre de 1982 en la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), de México. Pocos días después, otras copias circulaban en Bogotá, Caracas, La Habana, Lima y varias ciudades de Europa. Aunque en la filmación el oficial se presentaba como un desertor, poco después trascendió que había sido secuestrado en la capital costarricense por agentes de la Seguridad del Estado sandinista en una sigilosa y bien planificada operación de inteligencia.
Francés García explicó que durante casi un año residió en San José, con visa de turista. Su cobertura era “arquitecto dedicado a las construcciones agrícolas y actividades comerciales”, lo que le permitía desplazarse por Costa Rica y otros países centroamericanos. Dijo que fue enviado por el gobierno militar argentino y que había operado como agente secreto en Panamá, El Salvador, Guatemala y Honduras. (4)
Argentinos y hondureños dirigían, con orientaciones de la Agencia Central de Inteligencia, a un estado mayor de la contrarrevolucionaria Fuerza Democrática Nicaragüense. “Estados Unidos es el jefe supremo a través del Ejército argentino y el Batallón de Inteligencia 601”, dijo Francés García.
Las operaciones clandestinas estaban bajo el mando del jefe y segundo jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino, los coroneles Alfredo Valín y Mario Davico, quienes posteriormente ascendieron a generales y pasaron a retiro. Davico había sido mencionado en enero de 1982 por el contrarrevolucionario William Baltodano, tercero al mando de un grupo que debía dinamitar dos empresas estatales nicaragüenses. Capturado, Baltodano confesó que a finales del año anterior el entonces coronel le había dado en Buenos Aires cincuenta mil dólares “para que la cosa comience a andar”. (5) .
Hasta que el presidente norteamericano Ronald Reagan firmó el 16 de noviembre de 1981 la directiva NSDD-17, que autorizaba una ayuda militar de 19 millones de dólares, los asesores militares argentinos en América Central habían actuado por iniciativa propia. A partir de entonces, la distribución de actividades encubiertas fue así: Estados Unidos aportaba los dólares y el equipo de guerra; Argentina suministraba los instructores, ya fogueados en los años de guerra sucia en su propio país; Honduras proporcionaba el territorio para entrenamiento de los “contras” y las bases de ataque a Nicaragua. (6) .
Francés García dijo que para los estados mayores contrarrevolucionarios el plan de agresión se sintetizaba con una definición clave: “Guerra silenciosa, estrategia del terror”. El ex agente expresó que los motivos que lo impulsaron a dar su testimonio se sintetizaban en una sola palabra: Malvinas.

Doctrina for export

El 18 de marzo de 1981, el general Alfredo Saint Jean, secretario general del Ejército Argentino, dijo en una conferencia de prensa que las Fuerzas Armadas habían “acumulado experiencia en guerra no convencional, que es reconocida internacionalmente, y han ofrecido capacitación a países amigos”. El 6 de abril de ese año, los diarios de Buenos Aires informaron que los ejércitos de Argentina y Estados Unidos estudiaban la creación de un sistema periódico de consultas a raíz de “la ofensiva marxista en el continente”. El tema fue tratado por el jefe del Estado Mayor del ejército norteamericano, general Edward C. Meyer, y el entonces comandante en jefe de las Fuerzas Armadas argentinas, general Leopoldo Galtieri. Un día antes, La Prensa había asegurado que con la visita de Meyer comenzaba “la primera etapa de la integración estratégica de Argentina con Estados Unidos”.
Galtieri visitó Washington el 4 de mayo de 1981, para “estrechar vínculos militares”. En una entrevista realizada en Nueva York y publicada en Buenos Aires por la revista Siete Días el 19 de agosto, admitió la posibilidad de que tropas argentinas participaran en la guerra civil de El Salvador. “Todo lo que se refiere a la seguridad americana es un problema de todos los americanos, no solamente de Estados Unidos y Argentina”, expresó. “Por supuesto, Argentina cree, manteniendo en alto el principio de no intervención [sic], en la colaboración con el resto de nuestros hermanos americanos para contribuir, si así lo requieren, a solucionar sus problemas particulares”.
Al día siguiente, el canciller argentino Oscar Camillión recibía en Buenos Aires a su colega hondureño, coronel César Elvir Sierra. Camillión se manifestó partidario de una mayor presencia de su país en América Central. “Una crisis en Centroamérica repercute en Argentina y una solución allí también beneficia al proceso argentino”, declaró.
La ofensiva diplomática no descuidaba ningún flanco. El 3 de febrero de 1982, el embajador argentino en Washington, Esteban Takacs, dio un discurso ante una asociación de empresarios de Chicago. “Hemos dado fuerte respaldo a muchas iniciativas de Estados Unidos en el hemisferio”, dijo. “Reconocemos los peligros de las campañas organizadas para socavar las fuerzas de la libertad porque hemos pasado por una guerra subversiva [...]. La necesidad de mayor cooperación internacional nunca ha sido tan importante para la supervivencia de Occidente”.
Takacs ignoraba, seguramente, que dos meses antes un ex funcionario norteamericano, Charles Maechling Jr., había aconsejado al gobierno de Ronald Reagan mantener relaciones con Buenos Aires en un plano “frío, correcto e impersonal”, y establecer vínculos “más cálidos una vez que Argentina se purgue de su moho militar”. En un artículo publicado en Foreign Policy el 6 de diciembre de 1981, Maechling –ex asesor del Departamento de Estado durante las presidencias de John Kennedy y Lyndon Johnson– afirmó que el régimen argentino, luego de modelar sus “tácticas de intimidación, tortura y exterminio” sobre el plan Noche y niebla usado por Adolfo Hitler, “extiende el veneno totalitario que emana de Buenos Aires hacia el norte del continente, empleando métodos equivalentes a los de la SS alemana”. Según Maechling, “para un país sin creíbles amenazas externas por más de un siglo, el apetito de los militares desafía toda creencia”.
La Casa Blanca, obviamente, pensaba distinto. El 8 de febrero, cinco días después del discurso de Takacs, la cadena televisiva ABC hizo una revelación explosiva: Washington, según fuentes del Congreso norteamericano, estaba “sondeando” a la dictadura argentina para “infiltrar en Nicaragua tropas de combate clandestinas”. ABC indicó que la misión argentina en América Central sería derrocar al gobierno sandinista y frenar “el supuesto flujo de armas a los revolucionarios que combaten en El Salvador”. Para ello, “no usarían uniformes sino que operarían encubiertamente, a modo de guerrilla”.
A fines de ese mes, un periódico hondureño suministró más datos:
“En un lugar aún no determinado, que se especula es Honduras, los argentinos entrenan a más de mil ex guardias somocistas y les proporcionan ayuda económica, cuya cuota original en 1981 fue de 50 mil dólares.
“El embajador argentino en Honduras [Arturo Ossorio Arana] es también una de las personalidades estelares en la coordinación de los grupos contrarrevolucionarios. Las agencias norteamericanas de noticias lo señalan como uno de los principales implicados.
“Según la publicación británica Latin America Newsletter, la ampliación de las operaciones de insurgencia se acordó en meses recientes en Buenos Aires, conforme a un plan tejido por el asesor de Ronald Reagan y ex jefe de la CIA, Vernon Walters. El compromiso se amarró después de que Walters visitó Centroamérica, donde sostuvo pláticas con los presidentes Lucas García (de Guatemala), Paz García (de Honduras) y Napoleón Duarte (de El Salvador). La injerencia argentina podría ser el comienzo de un plan estadounidense de intervención escalada, cuyos actores principales serían soldados de las dictaduras del Cono Sur. La cobertura intervencionista se efectuaría apelando al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca”. (7) .
A principios de marzo arribó a Buenos Aires el general John McEmery, presidente de la Junta Interamericana de Defensa (JID). El diario La Nación relacionó la visita del general estadounidense con la posibilidad de que Argentina enviara tropas a El Salvador “si el propio país centroamericano lo solicita”. El periódico citó una versión: Argentina podría integrar una fuerza intervencionista estimada entre ochenta y cien oficiales “debidamente preparados y escogidos entre voluntarios”.
Al día siguiente, el canciller argentino Nicanor Costa Méndez concluía una visita oficial a Brasil, la primera desde 1968. El diplomático le expresó al gobierno de ese país que el régimen militar no permanecería impasible ante “un eventual conflicto entre el Este y el Oeste en el hemisferio”. Comentaristas de prensa locales comentaron negativamente la visita; uno de ellos indicó que Costa Méndez había utilizado “la misma retórica de Ronald Reagan”.
Todo continuó sobre aceitados rieles hasta que el 2 de abril de 1982 tropas argentinas desembarcaron en Puerto Stanley. A partir de entonces, Washington se alineó con Londres y la tan pregonada “integración” con Buenos Aires se fue al diablo.

Un satélite para “contras” y “piratas ingleses”

La guerra en el frío Atlántico Sur tuvo algunas repercusiones en la calurosa América Central. El capitán Héctor Francés García, uno de los afectados, explicó dos hechos que lo decidieron no cumplir con las órdenes encomendadas.
Primero, “la masacre de los soldados argentinos en las Islas Malvinas, producida por la traición de Estados Unidos, que entregó lo mejor de su tecnología al pirata invasor inglés para que practicara tiro al blanco con los patriotas que defendían la soberanía nacional”. Luego, “la comprensión de que América latina se mantiene en un estado de empobrecimiento, subdesarrollo y crisis permanente con un desgobierno manejado y controlado por Estados Unidos”.
Francés García dijo que se decidió a efectuar sus denuncias para clarificar sus “propios sentimientos morales”. Su intención –afirmó– era lograr que “la opinión pública tome conciencia de que esta agresión que se está orquestando [contra Nicaragua] no defiende los intereses de pueblo alguno y sí los de Estados Unidos”.
El capitán explicó que los asesores militares argentinos que entrenaban a los “contras” traían “no sólo cartas geográficas en detalle de Nicaragua realizadas por el Pentágono, no sólo mapas especiales en escala, no sólo maquetas de los objetivos a volar con explosivos... sino también fotografías tomadas desde un satélite”. El mismo satélite –remarcó– que “quizá ayudó a los piratas ingleses a masacrar a los argentinos en las Malvinas”. La denuncia tuvo amplia repercusión en la prensa internacional.
Las afirmaciones del militar capturado generaron un verdadero quebradero de cabezas para los servicios de inteligencia militar argentinos. “A pesar de que el caso no ha merecido comentarios de fuente responsable, el episodio ha sido reconocido como una verdadera catástrofe de la inteligencia militar, ya que puso en manos del gobierno de Nicaragua una masa de información, cerca de un centenar de nombres y modalidades de la cooperación militar argentina en la región” (8).
Algunos analistas de prensa especularon que la colaboración de Estados Unidos con Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas provocaría el retiro de los militares argentinos de América Central. El tiempo demostró lo contrario.
El 8 de abril de 1983, The New York Times informó que la Casa Blanca se había visto obligada a incrementar sus operaciones encubiertas contra Nicaragua cuando Buenos Aires suspendió –después del conflicto en el Atlántico Sur– su ayuda a los contrarrevolucionarios. En realidad, no fue así. Militares y civiles argentinos permanecieron en Honduras hasta los primeros meses de 1984, cuando el presidente Raúl Alfonsín ya llevaba más de un año en el gobierno.
Según el ex jefe “contra” Efrén Mondragón, alias Moisés, entre doce y quince asesores argentinos permanecieron en Honduras hasta principios de 1984, pero “ya no eran tan arrogantes”. La crisis había estallado en las filas antisandinistas en septiembre de 1983. El cabecilla recordó: “La guerra la querían los gringos de un modo, los argentinos la querían de otro, el estado mayor de otro y los comandantes de fuerza también de otro. El ejército de Honduras también estaba involucrado en el problema interno” (9).
Moisés relató que la CIA afirmaba que la forma de ataque de los argentinos “era mala porque estaba atrasando la guerra”. Los estadounidenses pretendían “una invasión a Nicaragua, acciones militares más contundentes”. Los argentinos, en cambio, eran partidarios de la guerra de guerrillas. “Estaban furiosos porque la CIA ya no confiaba en ellos como antes, les exigía cuentas de los gastos y les quitó poder. Decían que a los norteamericanos sólo les gustaba estar encima de ellos y mandarlos, y que a la hora de hacer las cosas se llevaban los laureles”, dijo Mondragón (10).

La traición de Occidente

Los hasta entonces aliados del Primer Mundo no estuvieron a la altura de las expectativas argentinas. Y el régimen cívico-militar terminó enfrentado al Reino Unido, abandonado por Estados Unidos y boicoteado comercialmente por la Comunidad Económica Europea. A partir de entonces, el canciller Nicanor Costa Méndez cambió radicalmente su lenguaje y se metamorfoseó en un repentino apologista de ese Tercer Mundo del que abominaba cuatro meses antes.
El 26 de abril, el ministro de Relaciones Exteriores dijo en Washington: “Por primera vez desde que el pueblo mexicano expulsó al invasor europeo en una gesta que es gloria de América, hay sangre derramada en nuestro continente, en defensa de la integridad e independencia de un Estado soberano” (11).
Cuarenta y ocho horas después, al hablar ante representantes de casi todos los países latinoamericanos reunidos –a petición de Argentina– en la Vigésima Reunión de Consulta de la OEA, Costa Méndez condenó la ayuda de Estados Unidos a Gran Bretaña y mencionóó “el resabio de apetencias imperiales y coloniales al que América Latina tiene que dar su respuesta”. El mismo día, declaró a la BBC de Londres que “las Malvinas serán el Vietnam de Gran Bretaña”.
Luego de la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU a mediados de mayo en Nueva York, el ministro declaró su “sorpresa” porque Estados Unidos no comprendía, al aliarse con Gran Bretaña, que anulaba su política continental. “No entiendo cómo van a llevar a cabo sus propósitos en América Central, no entiendo cómo pueden imaginar ahora –si es que aún lo imaginan– un bloqueo a Cuba” (12).
Pocos días más tarde, el diplomático aseguraba que el apoyo de Cuba a Argentina ofrecía “una posibilidad práctica” de cooperación más estrecha entre los dos países. “Yo creo que Cuba puede retornar y debería retornar al sistema interamericano. No veo una razón específica para mantener a Cuba fuera del sistema”, manifestó a la cadena de televisión estadounidense ABC (13).
Paradójicamente, el mismo canciller que pocos meses antes estaba decidido a desvincularse del Movimiento de Países No Alineados, recurrió a este bloque tercermundista en busca de respaldo internacional. El 3 de junio de 1982 asistió a la reunión extraordinaria de los No Alineados en Cuba y dio un discurso en el que comparó la lucha de Argentina por las islas Malvinas con la que habían librado Argelia, India, Cuba y Vietnam para lograr su independencia (14).

Sentimiento nacionalista, patriotismo latinoamericano

El 10 de mayo, el primer ministro cubano Fidel Castro envió una carta a los jefes de Estado de los No Alineados, incluyendo al general Leopoldo Galtieri. “Una guerra colonial, que por su carácter y evolución las potencias imperialistas tratan de convertir en una lección para todos los países del Tercer Mundo que, no importa cuál sea su régimen político o social, defiendan su soberanía e integridad territorial, está próxima a alcanzar su etapa más dolorosa y criminal”, destacaba. Y concluía con un llamado que iba más allá de la simple declaración formal: “Apelo a Usted para que efectúe las gestiones que considere prudente para detener la inminente agresión anglo-norteamericana contra el pueblo argentino”.
El propio general Leopoldo Galtieri respondió el 25 de mayo con un mensaje al líder cubano y le expresó su “agradecimiento conmovido” por el apoyo de los No Alineados.
Pocos días antes de la reunión de los NOAL en La Habana, el comandante Tomás Borge, ministro del Interior de Nicaragua e integrante de la Dirección Nacional del Frente Sandinista, había señalado que “es intolerable que una potencia extracontinental, una potencia europea, agreda a un país de América Latina”. Sobre la posibilidad de participación de su país en la guerra de las Malvinas, el dirigente afirmó el 23 de mayo de 1982: “Estoy seguro que muchos nicaragüenses irían. Sobrarían los voluntarios, entre los que se incluyen soldados del Ejército Popular Sandinista, milicianos, reservistas y policías” (15).
El ministro de Relaciones Exteriores de Panamá, Jorge Illueca, habló el 3 de junio en la reunión de los NOAL a nombre de las delegaciones latinoamericanas. Dijo que “América Latina ve quebrantadas su paz y tranquilidad por una potencia extra continental y una súper potencia del propio hemisferio americano”. El canciller condenó “la demencia política inglesa y la consecuente miopía norteamericana”. El gobierno estadounidense –agregó Illueca–­ “facilita misiles, municiones y material de guerra con los cuales se da muerte a centenares de heroicos jóvenes argentinos” y condenó “la política hostil, prepotente e inamistosa de Inglaterra, Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, con las honrosas excepciones de Irlanda e Italia”.
Antes, el presidente panameño Arístides Royo había enviado una carta a Ronald Reagan solicitándole que no utilizara las bases militares de Estados Unidos en la zona del Canal de Panamá para apoyar directa o indirectamente al Reino Unido. “Secundar de hecho el uso de la fuerza no es la mejor forma de defender el principio del derecho”, sostenía la misiva. Royo apuntaba que la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) fue burlada por quienes debían ser sus principales custodios y acusó a Estados Unidos de padecer “una extraña identificación con los estertores del colonialismo europeo”.
El 6 de junio, el vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez, quien se encontraba de viaje en Madrid, afirmó que su país estaba dispuesto a participar “con todos los pueblos de América Latina, con todos los elementos de ayuda que se consideren necesarios, cuando Argentina lo solicite”. Obviamente, los “elementos de ayuda” eran combatientes y equipo de guerra.
El mismo día, periódico L’Unitá, órgano del Partido Comunista italiano, publicó una entrevista con Fidel Castro, quien afirmaba: “Esta lucha [por las Malvinas] ha creado un sentimiento nacionalista, un patriotismo latinoamericano que nunca antes hemos sentido tan intensamente. Hemos sentido la causa argentina como nuestra causa. Hemos sufrido los muertos argentinos como propios. La victoria argentina es nuestra victoria. La derrota argentina sería nuestra derrota”.
Posteriormente, de regreso a Buenos Aires, Costa Méndez declaró a Radio Mitre que “este mundo entiende muy bien el problema de la agresión porque siempre ha sido agredido”. Y refiriéndose a la reunión de los NOAL en La Habana, reconoció que el bloque “nos ha recibido con enorme interés, y también con una enorme desconfianza, porque Argentina siempre ha manifestado no ser miembro real –aunque fuera miembro formal– del Movimiento”.

“Más allá de cualquier elucubración política”

“¿Para un militar argentino es muy difícil de superar un abrazo Fidel Castro-Costa Méndez?”, le preguntó una reportera en junio de 1982 al general Héctor Iglesias, secretario de la Presidencia y uno de los hombres más próximos a Galtieri. “Yo tengo una gran cantidad de amigos con los cuales no comulgo ideológicamente y sin embargo me estrecho en un abrazo con ellos. Porque como seres humanos me brindan algo o porque en una etapa de mi vida me han prestado apoyo”, respondió el militar (16).
Luego Iglesias fue más claro: “Entre ellos [los No Alineados] hay quienes tienen regímenes marxistas o pro marxistas. Eso no quiere decir que nos vayamos a hacer marxistas. Cuando Inglaterra se alió con Rusia para luchar contra el nazismo, no se hizo marxista”. Y finalmente el secretario de la Presidencia no anduvo con vueltas: “Mire, cuando yo necesito armas para la defensa nacional y los supremos intereses de la patria, le compro a quien me venda”.
No obstante, la Junta Militar no se atrevió a dar el paso decisivo que quizás pudo haber cambiado el curso de los acontecimientos. A veinte años de concluido el enfrentamiento en las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, el general Nikolai Leonov, vicedirector entre 1983 y 1991 de la KGB, el servicio secreto comunista, relató que la Unión Soviética había suministrado a Argentina imágenes satelitales del desplazamiento de tropas inglesas, pero los estrategas suramericanos decidieron no ir más allá de esa colaboración.
 “Tras conocerse los intereses geopolíticos de Estados Unidos como aliado de Gran Bretaña, y después de la entrada de los soldados argentinos el 2 de abril a las Islas Malvinas, Moscú decidió apoyar al gobierno argentino”, dijo Leonov al diario Russian Mirror, que se edita en Londres (17). “Se establecieron contactos secretos entre la agregaduría militar en Buenos Aires y varios líderes del gobierno argentino. Pero la Unión Soviética pedía un acuerdo intergubernamental, mientras que Argentina quería mantener los contactos a un nivel de firmas comerciales”. Las negociaciones se estancaron porque Moscú no aceptó la propuesta. Sin embargo, los soviéticos ayudaron a Argentina con un sistema de radares especiales cuando se intensificaron los ataques de la Task Force británica para recuperar las islas.
El ex jefe de los espías soviéticos dijo que la ex Unión Soviética tuvo “una actitud dual” hacia la Argentina. “Como nación y Estado tenía la simpatía de la sociedad rusa. Diplomáticos, políticos, historiadores y especialistas apoyaban a los argentinos en su reclamo de las islas. Pero la actitud hacia la Junta militar fue vista con mucha más complejidad, ya que Moscú vio en los dictadores argentinos a los enemigos de los regímenes comunistas y colaboradores de Estados Unidos para desterrar a los movimientos revolucionarios en América Latina”, explicó Leonov. A dos décadas de distancia, Leonov cree que la operación argentina “estaba destinada a fallar desde un comienzo”.
Dos años después del enfrentamiento en el Atlántico Sur, este cronista le comentó al comandante Tomás Borge que el escritor argentino David Viñas se había preguntado “si al gobierno sandinista se le escapaba la siguiente circunstancia: en esa época, ¿bajo las órdenes de quiénes iban a combatir esos voluntarios?” (18).
La respuesta del ministro del Interior nicaragüense, único superviviente de los fundadores del Frente Sandinista en 1961, despejó cualquier duda: “A veces, los principios están por encima de ese tipo de consideraciones. Para nosotros lo más importante era ir a servir al pueblo argentino. La decisión de la revolución sandinista de solidarizarse con ese pueblo era una cuestión de principios que iba más allá de cualquier elucubración política. A pesar de sus lamentables resultados, el reclamo argentino es legítimo y sigue en pie. La solidaridad que ofrecimos en aquel momento también sigue en pie”.




(*) Periodista. Vivió en México desde 1976 hasta 2008, con estadías como corresponsal en Costa Rica, Belice, Honduras, Nicaragua, Brasil y Estados Unidos. En México fue columnista de Le Monde Diplomatique en Español y el diario La Jornada, jefe de la sección internacional del periódico El Día, editor de la revista Cuadernos del tercer mundo, coordinador de operaciones internacionales de la Agencia Mexicana de Noticias (Notimex) y director del diario Milenio en Pachuca (estado de Hidalgo). Es autor de ocho libros de política internacional.

(1) “Argentina no se identifica con el Tercer Mundo ni con los No Alineados”, cables de IPS, AP y EFE, El Día, México, 22 de diciembre de 1981.

(2) “El respaldo doctrinario de la represión”, en Nunca Más - Informe de la Conadep, Eudeba, Buenos Aires, septiembre de 1984.

(3) Afganistán, Bután, Birmania, Camboya (actual Kampuchea), Ceilán (hoy Sri Lanka), República Popular China, Egipto, Etiopia, India, Indonesia, Irán, Iraq, Japón, Jordania, Laos, Líbano, Liberia, Libia, Mongolia, Nepal, Pakistán, Filipinas, Arabia Saudí, Siria, Tailandia, Turquía, Vietnam del Norte, Vietnam del Sur y Yemen.

(4) Roberto Bardini, “Asesores argentinos en Honduras”, revista Humor Nº 122, Buenos Aires, enero de 1984.

 (5) Roberto Bardini, “La red mercenaria del Proceso”, revista Caras y Caretas Nº 2211, Buenos Aires, junio de 1984.

(6) Gregorio Selser, “Grupos de contras fueron llevados a Argentina para su entrenamiento”, El Día, México, 3 de marzo de 1986.

(7) Miguel Pineda, “¿Intervención argentina en Honduras?”, diario La Tribuna, Tegucigalpa, 26 de febrero de 1982.

(8) Rogelio García Lupo, Diplomacia secreta y rendición incondicional, Editorial Legasa, Buenos Aires, 1983.

(9) Elizabeth Reinmann, Historia de Moisés: yo fui un paladín de la libertad, Ediciones El Caballito, México, 1986.

(10) Gregorio Selser, “Nicaragua: la complicidad de militares hondureños y argentinos con la CIA, según la historia de Moisés”, El Día, México, 27 de julio de 1986.

(11) Se refería a la derrota, en 1867, de las fuerzas ocupantes francesas de Maximiliano de Habsburgo, emperador de México.

(12) “La alianza con el Reino Unido anula la política continental de Washington”, El Día, México, 25 de mayo de 1982.

(13) Jeannette Becerra Acosta, “Cuba debería volver a la OEA: Costa Méndez”, diario Uno más uno, México, 28 de mayo de 1982.

(14) “Costa Méndez denunció una alianza tripartita”, La Nación,  Buenos Aires, 4 de junio de 1982.

(15) Roberto Bardini, “Entre Occidente y los No Alineados”, Límite Sur Nº 11, México, junio de 1982.

(16) María Laura Avignolo, “General Iglesias: ¿los argentinos fuimos ingenuos?”, revista Gente Nº 880, Buenos Aires, 3 de junio de 1982.

(17) “Ayuda soviética con radares”, Clarín, Buenos Aires, 1 de marzo de 2002.

(18) Roberto Bardini, “El ‘General Hambre’ es el único comandante en jefe en Centroamérica”, revista Humor Nº 125, Buenos Aires, 12 de abril de 1984.

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